“Cuando pinto el lienzo me enamoro de él; un amor nacido de una lenta comprensión (…). Una alegría de aprender a comprender una brizna de hierba en el paisaje. ¿Por qué empequeñecerla? Una hierba es tan encantadora como un árbol o un monte. Exceptuando a los hombres primitivos y a los japoneses, casi nadie se fija en esas menudencias, que son tan divinas” (Mink,1999, p. 22).
Así sentía Miró los paisajes que observaba y que influían en sus obras. Comenzaba a amar el paisaje que pintaba tras un proceso de larga compresión en el que interiorizaba cada elemento.
Con La casa de la palmera, obra realizada por Joan Miró en 1918, el autor amplía su serie de obras detallistas. Se trata de un detallismo cargado de contenida emoción, ya que trataba de expresar la grandeza de cada elemento de la naturaleza a través de su detalle. Y es que, “Miró prolongó la pintura hasta hacerla coincidir con la poesía” (Mink, 1999, p. 7).
En este tipo de obras detallistas, el pintor trabajaba con una desmedida lentitud, pues el proceso comenzaba con escuchar las flores y las hierbas que componían el paisaje. El resultado es la creación de una atmósfera sugerente, con una pequeña esencia naturalista, ya que parece que los elementos vegetales bailan y están llenos de vida.
La casa de la palmera no es la única obra que realizó a lo largo de su etapa detallista (1918-1922), sino que el Miró elaboró una serie de composiciones “consideradas como de innegable importancia en la evolución del estilo del pintor, ya que evidencian un cambio sustancial con respecto a su producción inmediatamente anterior” (Esteban, 2017). En este sentido, cabe hablar de otra de sus importantes obras; La masía, con la que la obra aquí expuesta “comparte el azul profundo y uniforme del cielo, la minuciosidad con que representa hasta los elementos más minúsculos del paisaje, y sobre todo, el amor por Mont-Roig”. (Fernández de Castro, 2015, p. 96).
Se trata de una estampa plana que nos habla. Cada elemento está situado en su lugar para decirnos algo; ninguno está pintado en vano sino que cada planta, cada hierba, cada rama, roca y grieta en la fachada está ahí para formar un todo, un conjunto. Incluso aquellos elementos más grandes a los que se les podría haber atribuido un mayor protagonismo, como puede ser la palmera o el reloj solar, “se difuminan parcialmente y se conforman con desempeñar un papel secundario”, ya que es la visión del conjunto la que prima y no la suma de las partes (Fernández de Castro, 2015, pp. 96-97).
Con La casa de la palmera, Miró elabora un excelente y minucioso trabajo a través de una pintura seca y plana que no deja sitio a la sensación de aire como lo hacían los impresionistas.
Llama la atención el colorido, pues es brillante pero a la vez es frío. Priman los colores terrosos sobre los que resalta ese azul cielo poderoso. No podemos saber si Miró pintó un anochecer o un amanecer. La costa levantina tiene ese misterio; hay anocheceres realmente brillantes y amaneceres claros y calurosos. De esta manera, Miró nos deja la puerta abierta para leer el cuadro de la forma con la que la podamos relacionar con nuestras propias vivencias.
En estas composiciones detallistas, “Miró aplica un tratamiento del paisaje tan acusadamente realista y descriptivo, que ha sido definido incluso como de «registro de objetos»”. (Esteban, 2017). Aunque sea un pintor al que a muchas personas les resulta complicado comprender, hay que recordar que Miró era una persona que realizaba una pintura lírica y auténtica, y que además de crear seres fantásticos, constelaciones poéticas y mundos surrealistas, es precisamente esa poesía la que le da tanto sentido y valor a sus creaciones.
- BIBLIOGRAFÍA:
-LIBROS:
Minsk, J. (1999). Joan Miró: 1893-1983. Madrid: Taschen.
Fernández de Castro, A. (2015). La masía, un miró para Mrs. Hemingway. Valencia: PUV Universitat de Valencia.
-ONLINE:
Esteban. P (s.f). La casa de la palmera. Consultado el 21 de marzo de 2017 en, http://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/casa-palmera
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